Dicen que el 2020 es un año perdido... O casi como pensar que no vivimos el pasado porque no completamos una agenda ¿Qué nos pasa cuando encontramos una agenda vieja? (si es que las conservamos...) Nos enfrentamos a lo que hicimos y a lo que no, a lo que pudimos o dejamos de hacer. El 2020 es una agenda que todavía no se termina. Hoy encontré algunas agendas viejas, de esas que ya ni me acordaba que conservaba, pero sí, estaban escondidas en una caja que no abría desde mi última mudanza. Cinco agendas de cinco años diferentes.
Cuando me enfrento a este tipo de hallazgos me ocurren dos cosas: la primera es que me causa cierta nostalgia y soy consciente del paso del tiempo, y la segunda es que, luego de sobreponerme al shock de la primera reacción me entusiasma empezar a hojearlas para descubrir quién era yo por aquellos años.
Las agendas difieren mucho unas de las otras. Algunas son muy chiquitas y otras muy grandes, como mis expectativas. Varias tienen solapas para guardar notas, están llenas de señaladores, papelitos pegados, fotos, tickets del supermercado, flores secas, dibujitos de mi hija...
Nada me da mayor decepción que encontrar una agenda a medio llenar, con días vacíos, como si no los hubiera vivido: sin turnos, sin encuentros de trabajo, sin clases por tomar. ¿Qué me estaba pasando por esos días? ¿Estaba tan cansada como para no completar sus páginas? ¿Estaría tan ocupada o tan desocupada? Ahora no me acuerdo y hasta da lo mismo...