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Coronavirus: Hoy nos quedamos en casa

Hoy nos quedamos en casa. Queremos y no queremos, pero resulta que si no lo hacemos podemos agravar la situación. Y sentimos que recluirnos es igual a quedarnos en una prisión.  

En este lado del mundo no vivimos nunca una experiencia similar. No es el fin del mundo, pero, por otro lado, nos invade una sensación rara de incertidumbre. Imaginemos por un momento a nuestros antepasados viviendo situaciones muchísimo más complejas, difíciles, peligrosas... Eso sí que sería incertidumbre de verdad. 

Mientras tanto no sabemos qué pensar ni cómo entretenernos...

Descubrí si tenés el gen migratorio

Cuando nuestros padres y abuelos emigraron se subían al barco, miraban el nuevo horizonte y cortaban inevitablemente porque no se concebía otra posibilidad. Se iban para no volver.

Demás está decir que, con suerte, la comunicación era por carta, y se mantenía así hasta que los más viejos se morían. Los que le seguían ya escribían con desgano y la cosa se iba perdiendo lentamente porque, sus hijos ya no sentían esa necesidad de enterarse de lo que había sido de las vidas de los hermanos y primos de sus padres o abuelos.

En nuestra realidad migrante, las distancias cambiaron tanto que es prácticamente imposible cortar con nuestro pasado y origen aunque así lo quisiéramos. Todos viajan de vez en cuando a ver sus familiares, reciben e-mails, hablan por Whats App, Skype, Messenger, y si no viajan se enteran igual cada vez que abren Facebook o Instagram.

Hoy buscamos a nuestra familia desconocida en las redes sociales, aparece gente con nuestro mismo apellido, nos hacemos sus amigos y, si tenemos suerte, puede que terminemos comiendo en su casa del otro lado del mundo. Es diferente… y si no lo hacemos nosotros por “equis” motivo, lo harán tal vez nuestros hijos porque siempre existe esa curiosidad de saber de “dónde somos”.

Tengo una teoría sobre el “gen migratorio” que brota en hijos de inmigrantes,  —aunque no necesariamente en todos—, pero siempre hay uno dentro de la camada que lo tiene. Lo veo permanentemente, lo hablé con mis primos australianos y sólo uno de ellos lo tiene, pero también lo tuvo su abuelo que emigró un poco después que mi padre. Lo tenía mi tía, aunque nunca pudo despegar sus pies de Argentina. Yo también lo tengo.

Memoria destartalada en Londres

Encontré este banco en una caminata por el parque de mi barrio. Nunca lo había visto antes. Las muestras del paso del tiempo demuestran que estuvo allí por bastante más de lo que yo pueda imaginar. Destartalado, hace rato que no usaba esta palabra. ¿Seguirá existiendo?

Busco la traducción al inglés porque me da curiosidad. Dilapidated, shabby, ramshackle, clapped out. No forman parte de mi vocabulario...

Pienso en mi memoria destartalada. 

Memoria proviene del latín memor (el que recuerda) que también da origen al verbo memorare (recordar - almacenar en la mente). Según el lingüista Pokorny, el verbo memorare tiene la misma raíz indoeuropea que, a través del griego dio origen a la palabra mártir.

Vivo rodeada de este paisaje (otro día voy a escribir sobre los bancos porque merecen un capítulo aparte) desde hace más tiempo del que pueda recordar. Forman parte de mi geografía diaria. 

Aunque a veces aúlle de aburrimiento los detalles nuevos y viejos me siguen sorprendiendo. Supongo que pasa en todas partes. De vez en cuando, algo me llama la atención y ¡zas!

Otra de las curiosidades (o no) es que a pesar de los años que llevo viviendo en este otro planeta, de vez en cuando, sigo asociando cosas del allá con el acá, del acá con el allá. En una fracción de segundo veo al verdulero de mi barrio en Argentina caminando por las calles de Notting Hill o a la peluquera de la calle 9 de Julio como cajera de Tesco (y viceversa). En Italia o en España ¡ni hablar! Es incluso mucho peor, será por los rasgos de la gente...

Brexit: Siamo fuori

Ya te fuiste una vez. O varias. Es lógico que no quieras volver a repetirlo, sobre todo si todavía estás recuperándote de la primera, que suele ser la más difícil de cicatrizar.

BREXIT.

Hoy se cierra una puerta y, con ella, el capítulo que escribiste pensando que sin bordes la vida siempre era mejor.

Londres. 31 de enero de 2020. El día que no se dio como hubieras querido.

Y te duele, ¡claro que te duele! Como cuando te enteraste de los resultados de ese referéndum que confirmaba que vos creías en algo diferente de lo que anhelaba la mayoría: trazar bien fuerte los límites.

Se sucedieron meses de incertidumbre en los que no dejaste de pensar que todo había sido un mal sueño, que ya se iba a pasar, que la gente iba a recapacitar y, al final, entender que los bordes nunca son una buena idea. Pero no...

Hoy es el día en el que el muro se levanta. Una división, una zanja, alambrado, corte... ponele el nombre que quieras.

Y te preguntás si tenés derecho a opinar porque, después de todo no naciste ni te educaste acá. Sin embargo, hay algo que te late por dentro: la elección de este lugar en el mundo aunque sea a final abierto.

Hoy, mientras caminabas la ciudad, viste más banderas de lo habitual. ¿Casualidad?

Hoy encontré el mundo en una esquina de Londres

Literalmente hablando. Estaba allí reinando entre un par de muebles viejos, una pantalla de velador desteñida y varias latas de galletitas vacías. Anoche hablaba con mi hija del movimiento de la tierra sobre su eje y alrededor del sol. Todas las noches me pregunta lo mismo: ¿para qué sirve la oscuridad? Entonces yo me desarmo en explicaciones, pero ayer, justamente ayer, le decía que se lo podría explicar mejor con un globo terráqueo. Y hoy, allí estaba el mío, simplemente esperando a que me lo llevara. Varios transeúntes pasaron antes que yo y a nadie se le ocurrió levantarlo.

Tal vez este mundo era demasiado poco para ellos.

O no veían lo que yo podía ver.

Eso me dejó pensando que siempre hay algo que algunos ven feo pero que otros ven hermoso, en todo aspecto de la vida.

Me gustan los objetos con historia, los que tuvieron dueños anteriores y aquellos abandonados a los que puedo darles una vida nueva.

Esta ciudad –Londres– tiene una historia innegable, pero a veces cuesta encontrar la historia más banal de la vida por llamarla de alguna forma. Más allá de los sitios históricos, placas conmemorativas y monumentos yo me refiero a la historia de las cosas simples, de aquellos objetos que no tienen un verdadero valor monetario y sin embargo tienen un valor no tangible.

 

 

 

 

 

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