A veces vienen a mi mente algunas postales del pasado. Esas de las que me acuerdo pero que dudo hayan ocurrido. Un instante, un color, un lugar, un país, un café...
Una de mis pasiones son los viajes. No es algo nuevo, supongo. De chica no viajaba más que de vacaciones a la costa durante el verano, pero, para mí, eso era 'la aventura'. Recuerdo las playas y tengo imágenes difusas de cosas que hice, de las agua vivas flotando en el agua o como diáfanas formas gelatinosas sobre la arena, de las noches ventosas, de las casas que alquilamos, del sol haciéndome brillar las mejillas coloradas...
Mi pasión por viajar fue creciendo con los años y ya no pude parar. Tengo recorridos varios miles de kilómetros, continentes y países. Antes llevaba la cuenta, ahora hace rato que no lo hago. Un día de estos, tal vez...
Hay lugares a los que viajé que recuerdo especialmente y de manera vívida. Otros, no tanto. Pero todos me dieron algo. A algunos me encantaría volver, mientras que hay otros a los que, mientras los visitaba, estaba segura que no volvería. 'El mundo es tan vasto y me falta tanto por conocer', pensaba.
Hoy, como la gran mayoría, llevo varios meses sin moverme. No digo de ciudad, sino de barrio. Creo que nunca pasé tanto tiempo en un mismo lugar en toda mi vida, tal vez en mi primera infancia, pero ni siquiera.
Ayer me levanté pensando en una torta que comí en Reykhavik. No me la podía sacar de la cabeza. Cuando fui a buscar la foto me di cuenta que tenía una sola toma de cerca y que, encima, estaba totalmente fuera de foco con lo que no pude reforzar los desechos de mi memoria. Fue en Kumiko*, un café japonés poco tradicional (digo esto pero, como todavía no conozco Japón, es difícil opinar y porque el cafe pertenecía a una chef suiza, Sara Hochuli) con una decoración original y en donde sentí que traspasaba fronteras, imaginarias y ficticias. La torta de chocolate con toffee salado y maní no era pesada como su nombre hace suponer sino de una liviandad increíble resultando un viaje en sí misma, a pesar de que afuera de ese espacio disfruté de uno de los mejores viajes de mi vida (que dejo para otro momento).
A mi vuelta a Londres traté de cocinar varias veces la misma torta con éxito a medias. Me bastaron varios intentos para darme cuenta que no era solo la torta, sino el lugar, la experiencia y hasta yo misma. Estaba abierta a la sensación del momento y es eso lo que me había llevado para siempre. ¿Quisiera volver? Seguramente... ¿Podría repetir, no solo la porción de torta sino la experiencia? Lo dudo.
Las fotos fuera de foco son como los recuerdos: nos muestran una realidad distorsionada, tienen otro color, otro sabor, se desdibujan, pero nos obligan a forzarnos a reconstruirlas en nuestra memoria haciendo del recuerdo lo que en realidad es hoy.
Por ahora, la inmovilidad de mi presente es inversamente proporcional a la pasión por viajar que se sigue expandiendo cual onda sonora a medida que escribo estas líneas.
Se vienen más recuerdos del pasado, con o sin foto, porque de desentramar la memoria se trata.
Gracias por leerme.
* Kumiko cerró definitivamente sus puertas en 2018 luego que falleciera trágicamente el padre de Sara Hochuli, quien la había ayudado a construirlo y a manejarlo mientras ella viajaba. Entonces Sara decidió volver a Suiza donde tiene otro café, Miyuko, seguramente con el mismo encanto.
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