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Hoy encontré el mundo en una esquina de Londres

Literalmente hablando. Estaba allí reinando entre un par de muebles viejos, una pantalla de velador desteñida y varias latas de galletitas vacías. Anoche hablaba con mi hija del movimiento de la tierra sobre su eje y alrededor del sol. Todas las noches me pregunta lo mismo: ¿para qué sirve la oscuridad? Entonces yo me desarmo en explicaciones, pero ayer, justamente ayer, le decía que se lo podría explicar mejor con un globo terráqueo. Y hoy, allí estaba el mío, simplemente esperando a que me lo llevara. Varios transeúntes pasaron antes que yo y a nadie se le ocurrió levantarlo.

Tal vez este mundo era demasiado poco para ellos.

O no veían lo que yo podía ver.

Eso me dejó pensando que siempre hay algo que algunos ven feo pero que otros ven hermoso, en todo aspecto de la vida.

Me gustan los objetos con historia, los que tuvieron dueños anteriores y aquellos abandonados a los que puedo darles una vida nueva.

Esta ciudad –Londres– tiene una historia innegable, pero a veces cuesta encontrar la historia más banal de la vida por llamarla de alguna forma. Más allá de los sitios históricos, placas conmemorativas y monumentos yo me refiero a la historia de las cosas simples, de aquellos objetos que no tienen un verdadero valor monetario y sin embargo tienen un valor no tangible.

A lo largo de mi propia historia en Londres encontré muchos de estos objetos que hasta hoy en día me siguen acompañando: un cáctus velador al que por alguna razón siempre le dijimos 'pinito', marcos de cuadros que reciclé, “Mingo” –un perro de peluche gigante casi nuevo que encontré mientras asomaba su hocico desde un tacho de basura seguramente recuerdo de algún noviazgo mal terminado–, y otros tantos que ya son tan míos que ni recuerdo su origen.

Tengo un escritorio antiguo, que no fue encontrado pero sí comprado a un precio irrisorio en un charity shop. Investigando en el interior encontré talones de chequeras de los años 60’s de una mujer que vivió en la costa. La busqué en internet pero no la pude encontrar, pero sí pude ver la calle donde vivía esta señora, y por ende, mi mueble. Me hubiera encantado saber a qué se dedicaba. Los cheques que escribía estaban destinados a pagar al jardinero y lecciones de música de sus hijos. Probablemente Lynn redactó allí parte de su propia historia.

 

También recuerdo a los objetos que no pudieron llegar a mi vida por motivos que detallo:

-una bandeja de vinilos que alguien había sacado a la vereda con un cartelito diciendo “help yourself” y que no me animé a llevarme porque, en ese momento, vivía en un departamento chico y mis intenciones eran volverme. A los diez minutos mientras volvía a pasar por la misma calle pude ver al mismo equipo destrozado en el medio de la calle. Lo mismo ocurrió con una lámpara de lava en otra ocasión. Será que para algunos lo feo o lo no deseado –o lo lindo y deseable para los que lo levantamos– tiene que ser destruido.

Otra vez encontré, luego de haber pensado en que los necesitaba e iba a tener que comprarlos, y en esto es creer o reventar:

-una mesita de picnic plegable que necesitaba para ir a una exposición;

-una pizarra de corcho gigante;

-una cama de IKEA con muy poco uso que una vecina estaba sacando a la vereda para que al día siguiente viniera el recolector del council (algo así como la Municipalidad) a retirarla y llevarla al 'dumping' (lugar, también municipal donde se puede tirar la basura si vivís en ese municipio).

Es cierto que, con la crisis, ahora se encuentran menos cosas que hace algunos años. Pero para los que tenemos espíritu de recicladores siempre hay alguna oportunidad donde otros no la pueden ver.

No sé si creer en las casualidades. O simplemente pensar que hay un orden y un movimiento de las cosas que nos están buscando y cuando es el momento, simplemente ocurre. 

Dicho sea de paso, ayer llegó a mi casa una lampara de lava, que, según mi hija, 'siempre la quiso'. 

¡Qué emoción cuando se cumple el encuentro! Porque este mundo es el mundo que me estaba esperando en una esquina de Londres…

Hasta la próxima.


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