Cuando era chica mi abuela me cebaba mates de leche. Tibios, dulces... Cuando lo traje a Londres no imaginaba lo mucho que significaba para mí ni tampoco la cantidad de años que me acompañaría.
El mate de mi abuela está conmigo desde hace bastante más y fue una de las cosas que me dejó luego de su partida.
Es un cacharrito destartalado, con la loza saltada y la imagen de un auto antiguo impresa. Tuve que sacarle una foto y agrandarla para poder ver qué auto era. Así me enteré que dice First Packard Automobile 1899 y que es una reproducción del National Packard Museum de Ohio.
No conozco la historia del mate ni dónde lo habría conseguido. Tampoco me acuerdo del mate en su casa, ni si era el mismo mate con el que me cebaba. Cuando sos chica no te fijás en esos detalles, hay cosas mucho más importantes en qué pensar: si estaba calentito, si la yerba flotaba en la leche, si pasaba yerba por la bombilla, si me quemaba la lengua...
Supongo que sería este mismo mate, quiero creer sí.
Guardar este pedacito de memoria en mi vida adulta me causa felicidad y veo su sonrisa cada vez que cebo un mate en Londres. Me hace recordar su generosidad, no conozco persona más generosa que ella, y su predisposición ante todo. La forma en la que halagaba mi apariencia o mis rulos en mi época de permanentes me da mucha ternura... Cuando yo era niña y lloraba (y lloraba bastante seguido), cualquiera que haya sido el motivo, mi abuela lloraba conmigo: 'Es que llora con tanto sentimiento', decía cuando alguien le preguntaba porqué lloraba ella también.
Unos de los tesoros que ella me regalaba eran unos cuadritos que armaba con papeles de caramelo Media Hora y pegaba con engrudo. Lamento no haber conservado ninguno en forma física, pero sí en el corazón.
Hace unos años le rendí un pequeño homenaje en la portada de la revista La Tundra. Allí retraté un par de zapatitos míos que ella me había regalado caminando sobre unos papeles de caramelos Media Hora. 'Pasos como raíces' fue el título que elegí para la gráfica.
Antes de casarse, mi abuela había trabajado en una fábrica de confección de zapatos para bebés, 'zapatos finos para bebés', aclaraba. Y ella, que nunca vivió entre lujos y a la que nunca le sobró un centavo siempre se hizo lugar para darme lo mejor de sí de la forma que fuera. Cuando iba a su casa me decía '¿te gusta?, llevátelo', me parece escucharla todavía.
Hoy tomo de su mate en un lugar muy diferente del que lo hacía con ella pero cada vez que lo hago me siento segura, abrazada, como en un nido tejido por ella misma al crochet. Será que guardo su esencia en este cacharrito con la loza saltada, uno de mis más valiosos tesoros.
¡Feliz día del mate!
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Hasta la próxima.
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