Ayer el cartero dejó en mi casa una notificación para retirar un envío en el correo. “Requiere firma y es muy grande para el letterbox”, decía. Siempre fantaseo cuando pasan este tipo de cosas. ¿Qué será? ¿Quién lo envía? Nunca dicen quién es el remitente así que sospecho también una sutil complicidad del Señor de los Correos…
Hoy fui a buscarlo. Ya desde lejos, cuando la persona de turno me acercaba el paquete pude ver flamear, o casi, la banderita. Mi banderita azul y blanca. Fueron dos ó tres segundos de duda… Pero ¿cómo? ¿Desde Argentina? ¿Qué me mandaron? Nadie me envía nada desde hace siglos...
Estiré la mirada y pude entonces leer el remitente. Dice Socorro, de nombre. No conozco a ninguna Socorro, o por lo menos, que yo recuerde. Abro entonces el paquete y reluce ante mis ojos atónitos una lata de medio kilo de dulce de membrillo.
Se me llenaron los ojos de lágrimas, literalmente hablando. No por el dulce, –aunque un poco también–, sino por la acción.
Hace varios meses recibí a través esta página, Sapo de otro pozo, un e-mail de una chica argentina a quien no conozco. Socorro. Muy directamente me preguntaba: “¿Querés una lata de dulce de membrillo?”.
“Bueno, no sé, le respondí, dubitativamente… ¿Estás en Londres?”.
“Estoy en Argentina" —dijo—, "pero quiero mandarte una lata de dulce de membrillo para que te sientas más cerca…”
Casi sin creerlo y pensando que no podía ser cierto, ante la duda, le pasé mi dirección. Al poco tiempo recibí otro e-mail diciendo que la lata había regresado a Argentina porque nadie la había reclamado, lo cual era posible porque yo había estado de viaje. Pero, este no era el final... y ¡bienvenidos al tour del membrillo! Porque aparentemente Socorro, no conforme con que la empresa no hubiera sido exitosa, había vuelto a enviarla para Londres.
Así que hoy, de nuevo, ahora sí, por fin me encuentro con el dulce en mis manos…
Yo no conozco a Socorro y sé que ella no tiene la necesidad de este gesto para con una absoluta desconocida, pero me causa tanta emoción saber que exista gente como ella.
Me recuerda mucho a la película francesa Amélie. Cuando iba caminando apretando el paquete no pude dejar de soñar con ese film, que es uno de mis favoritos, y me sentí uno de los personajes que eran felices con tan poco y con tanto…
Gracias Amélie, digo Socorro, por este instante en el que me hacés creer en la gente y en la amistad, aunque no nos conozcamos y, tal vez, nunca lleguemos a hacerlo.
Hasta la próxima.
Nota: Esto ocurrió hace un tiempo, pero tuve ganas reencontrarme con esta historia porque me hace (y seguramente a vos también) sentir muy bien.
Te puede interesar >> Directorio de Psicólogos en Londres