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There's no place like home

'There's no place like home' dijo Dorothy.

Para ella era así. Había un solo lugar al que podia llamar home. Para mí, para vos, puede que sea distinto.

Cruzaste lo que dice ser el charco muchas veces creyendo que dejabas tu home lejos. Arañaste las paredes para llevarte un poco de barro debajo de las uñas y en el control de seguridad del aeropuerto casi no te dejan entrar. Se te notaba demasiado que no querías volver (atrás). Pero lo hiciste. Siempre.

Hasta que un día te diste cuenta de que ese home que tanto añorabas se iba haciendo más chiquito tras cada partida: porque se te partía el corazón, porque te partían el corazón, porque el corazón se te iba secando como al hombre de lata. Y no quiere decir que hubieras encontrado un home que lo reemplazara, pero fuiste considerando la posibilidad. Cuando vino una amiga a visitarte te dijo que tu nuevo home se parecía mucho al otro, al que habías dejado (?).

Do you speak Spanish?

Antes, esta pregunta me hubiera crispado. Ahora la acepto con alegría.

Cuando apenas había llegado a Londres me encantaba conversar con personas que hablaran en español en la calle, el tren, los negocios... Era una forma fácil de relacionarme con gente nueva, intercambiar experiencias en un diálogo corto de apenas dos o tres minutos mientras iba a algún lugar o estaba esperando en la fila de la farmacia. Así conocí a mucha gente con la que incluso hoy converso una relación o nos une un saludo para Navidad.

Con el tiempo fui perdiendo interés en parar a personas que hablaban en español por la calle o que no tenían una relación directa conmigo, diciéndome a mí misma que, porque hablemos el mismo idioma no quiere decir que tengamos algo en común.

Nunca se me hubiera ocurrido pensar, en aquel y en este momento, que estas otras personas tuvieran la necesidad de entablar una conversación conmigo cuando me escuchaban hablar en español, o sencillamente cuando el acento me delataba.

El mate de mi abuela

Cuando era chica mi abuela me cebaba mates de leche. Tibios, dulces... Cuando lo traje a Londres no imaginaba lo mucho que significaba para mí ni tampoco la cantidad de años que me acompañaría.

El mate de mi abuela está conmigo desde hace bastante más y fue una de las cosas que me dejó luego de su partida.

Es un cacharrito destartalado, con la loza saltada y la imagen de un auto antiguo impresa. Tuve que sacarle una foto y agrandarla para poder ver qué auto era. Así me enteré que dice First Packard Automobile 1899 y que es una reproducción del National Packard Museum de Ohio.

No conozco la historia del mate ni dónde lo habría conseguido. Tampoco me acuerdo del mate en su casa, ni si era el mismo mate con el que me cebaba. Cuando sos chica no te fijás en esos detalles, hay cosas mucho más importantes en qué pensar: si estaba calentito, si la yerba flotaba en la leche, si pasaba yerba por la bombilla, si me quemaba la lengua...

Supongo que sería este mismo mate, quiero creer sí.

Londres, Serú Girán y la Navidad

El 2020 es diferente por muchas razones más allá del Covid-19 por eso hoy quiero hablarte de la música, los rituales y del encuentro 'fortuito' con lo que nos hace bien.  

Quienes vivimos en el Reino Unido sabemos que, en general desde fines de octubre es un in crescendo del clima navideño con su punto climático el 25 de diciembre, para luego pasar al olvido y salir corriendo detrás de las ofertas post Navidad. Todos los años igual, como el día de la marmota pero sin Bill Murray de protagonista. 

Una de las características principales de las semanas previas a la Navidad, y a las que me referí en muchos posts y publicaciones en este blog, son las canciones navideñas. Una invasión de canciones de todas las épocas y para todos los gustos con el fin de levantar el espíritu navideño pero que en mí, por alguna razón, siempre generó el efecto contrario. Será porque mis navidades nunca tuvieron nieve, ni Rudolph —bueno, aquí tampoco es que haya nieve, pero no se pierden las esperanzas de una white Christmas—.

Tampoco soy de las personas que corren a armar el arbolito el día 8 de diciembre, o incluso antes, porque en el Reino Unido hay gente que lo arma desde noviembre y es muy común ver a los arbolitos enormes, en su gran mayoría pinos naturales aunque sin raíz, reluciendo a través de las ventanas como un símbolo. De hecho, desde el año pasado en mi casa el arbolito se arma el día 24 de diciembre lo cual me parece bastante lógico y fiel a mi forma de ser, convirtiéndose en un ritual esperable y con sentido, por lo menos para mí.

Día de los muertos: Recetas para sanar el dolor

En México existe una tradición que se dice pre hispánica, aunque algunos antropólogos no están tan de acuerdo, y que se transmite de generación en generación. El día de los muertos es una celebración de la vida y el legado de los antepasados. Con la llegada de los españoles la festividad se circunscribió al 1 y 2 de noviembre, coincidiendo con las celebraciones del calendario católico de los días de los difuntos y de los santos, pero, antiguamente se festejaba durante dos meses. En la actualidad es una mezcla de ambas creencias, aunque los elementos de la cultura originaria primaron por sobre la católica.

Esta celebración de la que también participan algunos pueblos originarios de Bolivia, Guatemala y América Central, es tan importante que en el año 2008 la Unesco la declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Yo no soy mexicana. Tampoco tengo ancestros que hayan pertenecido a los pueblos originarios de Latinoamérica sin embargo, desde hace tiempo que vengo pensando en celebrar el día de los muertos, el día de mis muertos. Esta decisión, no vayan a creer, me trajo una serie de dudas existenciales, producto tal vez de mi educación, herencia cultural, o como quieran llamarle.

Probablemente no sea la única persona que el 1 y 2 de noviembre se pregunte si tiene derecho a sanar el dolor de la partida de sus seres queridos con una fiesta con la que 'no me criaron y de la que siquiera supe de su existencia hasta hace bastante poco'.

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