Antes, esta pregunta me hubiera crispado. Ahora la acepto con alegría.
Cuando apenas había llegado a Londres me encantaba conversar con personas que hablaran en español en la calle, el tren, los negocios... Era una forma fácil de relacionarme con gente nueva, intercambiar experiencias en un diálogo corto de apenas dos o tres minutos mientras iba a algún lugar o estaba esperando en la fila de la farmacia. Así conocí a mucha gente con la que incluso hoy converso una relación o nos une un saludo para Navidad.
Con el tiempo fui perdiendo interés en parar a personas que hablaban en español por la calle o que no tenían una relación directa conmigo, diciéndome a mí misma que, porque hablemos el mismo idioma no quiere decir que tengamos algo en común.
Nunca se me hubiera ocurrido pensar, en aquel y en este momento, que estas otras personas tuvieran la necesidad de entablar una conversación conmigo cuando me escuchaban hablar en español, o sencillamente cuando el acento me delataba.