El 2020 es diferente por muchas razones más allá del Covid-19 por eso hoy quiero hablarte de la música, los rituales y del encuentro 'fortuito' con lo que nos hace bien.
Quienes vivimos en el Reino Unido sabemos que, en general desde fines de octubre es un in crescendo del clima navideño con su punto climático el 25 de diciembre, para luego pasar al olvido y salir corriendo detrás de las ofertas post Navidad. Todos los años igual, como el día de la marmota pero sin Bill Murray de protagonista.
Una de las características principales de las semanas previas a la Navidad, y a las que me referí en muchos posts y publicaciones en este blog, son las canciones navideñas. Una invasión de canciones de todas las épocas y para todos los gustos con el fin de levantar el espíritu navideño pero que en mí, por alguna razón, siempre generó el efecto contrario. Será porque mis navidades nunca tuvieron nieve, ni Rudolph —bueno, aquí tampoco es que haya nieve, pero no se pierden las esperanzas de una white Christmas—.
Tampoco soy de las personas que corren a armar el arbolito el día 8 de diciembre, o incluso antes, porque en el Reino Unido hay gente que lo arma desde noviembre y es muy común ver a los arbolitos enormes, en su gran mayoría pinos naturales aunque sin raíz, reluciendo a través de las ventanas como un símbolo. De hecho, desde el año pasado en mi casa el arbolito se arma el día 24 de diciembre lo cual me parece bastante lógico y fiel a mi forma de ser, convirtiéndose en un ritual esperable y con sentido, por lo menos para mí.
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