Esta semana mi hija termina el jardín de infantes, y siento que en cierta forma yo también finalizo algo. Será el haberla acompañado durante dos años al mismo lugar, a la misma hora y en el mismo canal. Será haber visto sus lágrimas y desconcierto, su carita de 'no entiendo nada mamá no me dejes acá'.
Recorrí con ella el camino de encontrarse en un lugar y sentir que quería salir corriendo, pero desde otro lado, mostrándole que ella sí debía quedarse y tratar de encontrar lo positivo de la experiencia. Ella lo logró y yo sigo intentando día a día mi propia experiencia migratoria.
Siempre digo que emigrar es una segunda vida dentro de la misma, y lo sigo sosteniendo. Dicen que a algunos les cuesta menos… Esos algunos, a veces, también mienten, son valientes que se las saben todas y en apenas unos meses tienen un master. Yo descreo de esa clase de persona, prefiero los honestos que no dan pie con bola a los sabiondos de cafetín.
Termino mi jardín yo también. Algo tardío dirán… Puede ser, pero yo también tengo logros que podría empezar a reconocerme. En principio la sinceridad de poder seguir siendo quien soy viendo que lo diferente es lo que me hace brillar, por decirlo de alguna forma.
Por ejemplo, mi idioma, que tantos problemas y dolores de cabeza me dio, no es una desventaja como creí al principio.
Me enorgullece el placer diario de poder enseñarle mi cultura a mi hija, algo que para cualquier madre en su país natal no sería un objetivo en sí mismo pero lo es para quienes emigramos.
Hace nueve años no podía ni cruzar la calle sin mirar hacia ambos lados unas trescientas veces. Ni hablar de manejar por la izquierda. Hoy puedo estacionar entre dos autos sin sentir terror, incluyendo un Lotus adelante y un Porche —que no son míos— sin siquiera rozarlos, con el volante al otro lado y subiéndolo al cordón como tengo que estacionar en mi calle donde no abundan los espacios.
Hoy a la mañana mientras hacía tiempo para la fiestita final del jardín escuchábamos a María Elena Walsh y no dejo de sorprenderme de su gran sabiduría para decir tantísimas cosas y saber llegar. Mi hija canta entusiasmada “La canción del Jacarandá”, “La reina Batata” y “El show del perro salchicha” —con interpretación incluída, a mí me toca la gaviota medio marmota y a ella el perro salchicha gordo bachicha—. Creo que aún hoy nadie logró sacarle siquiera una lucecita de destello a esta gran señora de la canción que nos supo alegrar de chicos y sigue haciendo lo mismo con nuestros hijos.
Debo reconocer que hace algún tiempo me sentía bastante identificada con la Mona Jacinta, pero esa etapa por suerte se terminó. Ahora soy la vaca sabia de Humahuaca.
Un beso grande a todas las que terminan el jardín y siguen estudiando.
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